viernes, enero 27, 2006

EN LOS AEROPUERTOS

Que tristes o alegres parecen según vengas o te vayas. No hay más que caras de todos los colores y con todos los estados de ánimo, sentadas en largas hileras de bancos y viendo pasar el tiempo mientras algunos piensan, ¿Cuándo me tocará? ¿Llegará pronto? ¿Se retrasará? Es como si tuviera que llegar ese fatídico día en que todo acaba, lo que dejamos detrás, tanto si nos vamos como si volvemos.

Algunos tienen compañía y van hablando sobre el mundo banal, recuerdos, experiencias, esperanzas, deseos.

A otros no nos toca más remedio que echar mano del diálogo interior – mira, ese se parece al Montilla, vaya cabrón-, - Como va esta chica, parece que vaya a una boite…-, - mira, la azafata de Swissair va disfrazada de tomate-, y así sucesivamente. Lo bueno es que llevas a los tuyos en tu pensamiento y eso hace más llevadero el momento.

También hay otros que, aunque parezca que están solos, no despegan el cerebro de su móvil. Están acompañados en la distancia.

Mira, parece que se acerca el momento de embarcar, se terminó el aburrimiento. Ahora solo voy a entrar en un cacharro de lata, me van a atar a una silla y nos vamos a elevar a 10.000 m de altura a una velocidad de 900 km/h. Como dice Dilbert, esto lo ponen en un estudio de mercado de principios del siglo XX y seguro que la aviación fracasa como alternativa de negocio.

Pues nada, hasta luego.

ReClines.

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